lunes, 8 de agosto de 2016

DON JOSÉ ALATRISTA Y LAS ÁNIMAS APARECIDAS

DEL LIBRO: TRADICIONES DE HUAMANGA TOMO 1, VOLUMEN 1, POR JUAN DE MATA RAMIREZ.

Introducción por Kashaker: los hechos y cuentos o anécdotas de tipo misterioso, o lo que se dice actualmente “paranormal”, siempre han existido y más allá de la posición de creyente o incrédulo de estos hechos, siempre, si es un relato interesante, no dejará de ser oída y disfrutada por cualquier persona a la que le guste entretenerse y dejar volar la imaginación por un momento.  DON JOSÉ ALATRISTA es una de estas numerosas pero mayormente desconocidas historias recopiladas por este autor, de esas que con un poco de imaginación hasta puede ser la idea de una pequeña producción o novela de misterio.

Era la época de los bohemios, cantores y guitarristas, era la Huamanga colonial. Frisaba los años de 1677 al 78, en que los galanteos de los jóvenes, al anochecer, al pie de esas ventanas, se oían muy bajito; los juramentos de amor, los idilios romancescos de antaño. Uno de esos mozos de buena pinta, guitarrista y gran cantor era Don José Alatrista, que conquistaba con sus requiebros del  yaraví y huaynos, a cuantas mozas existían en esta ciudad.
Una mañana, era la una poco más o menos, Don Pepe venía quimbeando, con su guitarra al brazo, con los humos del vino de Ica, por la calle de Santa Teresa. Al acercarse a la esquina de San Juan de Dios encóntrose con mucha gente, que acompaña un féretro, que con su sonido   macabro de ¡ech; ech! Caminaba pausadamente, al hombro de cuatro fornidos mozos.
En esos tiempos, había un salón junto al templo de San Juan de Dios, donde velaban al difunto, hasta el momento de llevarlo al panteón, pues al muerto de recursos económicos estrechos o que no tenía familiares pudientes, le daban los amigos, el entierro llamado “pobres de solemnidad”; que era a las 4 de la madrugada.
Don pepe, creía que era uno de esos pobrecitos que le llevaban tan tempranito. Acompañó hasta media cuadra, la procesión  fúnebre, y picado por la curiosidad, pregunta a una viejita, que iba cerca de él (matrona embozada en su gran manto negro): señora, ¿podría decirme, quien es el prójimo que lo llevan a enterrar?
La viejita contesto fuerte y sonora: “¡a don José Alatrista!”. Don pepe, casi se desmaya de susto. Y los acompañantes, pacífica y monótonamente, con su tras, tras, tras… voltean la esquina de Sanfrancisco de asís, y bajan hacia “cinco esquinas” para dirigirse al barrio de “san Sebastián” pasando el riachuelo “glorieta”, con dirección al panteón.
Don José volaba, más que corría a su casa, con el susto mayúsculo que se llevó. Ya muy fatigado avanzaba vertiginosamente la calle de San Francisco de Paula, pues apenas faltaba para llegar a ella una media cuadra.
Y llegando al zaguán de la casa  De Los Del Barco, ve un caballero alto y delgado, embozado en su gran capa española. Le detiene con un ademan y le dice: “amigo, por fin encuentro recién en usted un alma viviente”. Le diré mi gran susto: pues al regresar de una pequeña jarana, me encontré con una multitud que llevaba un difunto, y al preguntar a uno de ellos, me contestó un bulto, que parecía una vieja. “¿a quién llevan? –le dije. Y me replico: a Don José Alatrista”. Figúrese, parece que toda esa multitud, que llevaban mi otro yo, eran ánimas del purgatorio.
El embozado, apenas terminó de hablar, se descubrió, quitándose la capa de la cara y diciendo con gran voz: “¿no serían como yo…?”…. y la cara del caballero era una calavera espantosa.
Don pepe, en el mismo sitio, cayó desmayado, sin sentido….
Unas buenas señoras que iban a misa en cinco, al ver a Don José Alatrista, tendido en el suelo y botando espumarajos de la boca, fueron corriendo a su casa a dar parte del hallazgo. Los hermanos y la buena mamá corrieron presurosos al lugar, y lo llevaron a casa, lo tendieron en su cama, y le dieron a beber algunos reactivos, hacer oler alcohol y éter.
Se reanimó, y avisó lo ocurrido en esa madrugada, y poco después, por efecto del fuerte ataque y convulsión, expiraba Don Pepe.

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